Hace poco más de 20 años que trabajo en el rubro de tecnología, pasando por distintos roles y experiencias, tanto en el ámbito público como el ámbito privado, tanto en relación de dependencia como en mis propios emprendimientos, tanto solo como en equipo.
Bajo ciertos estándares y expectativas, puedo considerarme una persona exitosa. Tengo un trabajo que amo, contribuyo a la sociedad, tengo un buen pasar económico y me encuentro en una relación saludable y feliz con mi familia.
Todo ese tiempo, todos estos logros... y todavía tengo una vocecita en mi cabeza que me dice:
¿Pero quién te creés que sos? ¿Qué te hace pensar que servís para esto?
Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978, le dieron nombre a esa diminuta pero incesante voz: "Impostor Phenomenon" (o como se lo conoce en español, "síndrome del impostor").
Darse cuenta de los síntomas no es fácil, porque por mucha retroalimentación externa que recibamos, nuestra psique tiene el voto definitivo para decidir si somos merecedores o no del reconocimiento. La persona impostora se considera exitosa por un "golpe de suerte", un factor externo invisible que de algún modo fue crucial para alcanzar la meta, cualquiera sea.
Valerie Young, doctorada en Educación, en su charla TED sobre este síndrome, comienza por preguntarle a la audiencia:
¿Alguna vez tuvieron ese miedo de que se metieron en algo que los excede y que los demás se van a dar cuenta?
Siete de cada diez personas ha experimentado al menos una vez esta clase de temor.
Las personas impostoras parecen ser expertas en desacreditar sus logros. Lou Solomon, fundadora de Interact Studio, cuando respondía a un elogio sobre los buenos empleos que iba
sumando a su carrera profesional, decía:
Es que tuve suerte.
Y esto no sólo nos sucede en lo profesional. Podemos sentirnos impostores ante la vida misma, pensando que el resto del mundo tiene todo resuelto y perfactamente claro, excepto vos. Excepto yo. Otra persona nos elogia por nuestros logros y nos sentimos como si estuviéramos engañándole.
Mike Cannon-Brookes, CEO de Atlassian, dice que la mayoría de los días no sabe bien lo que está haciendo, y plantea una característica muy particular sobre cómo se siente este síndrome:
No es miedo a fallar, es más bien como si estuviéras saliéndote con la tuya.
Como si fuésemos conscientes de que, de alguna manera, engañamos al sistema y estamos haciendo algo que no deberíamos, ocupando un lugar que alguien merece mucho más que nosotros.
Phil McKinney, ex CTO de Hewlett-Packard, considera que "los seres humanos tienen un súperpoder increíble: convencerse de que algo es cierto, cuando en verdad no lo es".
¿Te está sonando algo de todo esto? Si es así, quizá este dato te ayude:
7 de cada 10 personas ha experimentado al menos una vez el síndrome del impostor.
No sos la única persona que ha pasado por esto, ¡lo cual es genial! ¿Por qué? Porque podemos ayudarnos mutuamente.
Si nada de esto te ha pasado, considerate una persona afortunada. Te invito a seguir leyendo, para que nos entiendas un poco más a los que estamos conviviendo con este incordio.
No me considero un experto en el tema, como buen caso de síndrome del impostor que soy. De todos modos, pretendo compartir algunas de las cosas que a mí me ayudan a sentirme mejor.
En primer lugar, naturalizar y hablar abiertamente del tema, llamándolo por su nombre. La sociedad ya tiene suficientes tabúes como para que estemos sumando uno más con el síndrome.
Para esto, tenemos que saber a quién acudir y ser inteligentes en nuestras decisiones. Si estamos en un entorno laboral que no contiene, que no empatiza y que hace prevalecer la competencia de los egos antes que la colaboración y la cooperación, tratemos de apoyarnos en personas que se mantengan al margen de este juego perverso. El síndrome del impostor impacta de lleno en nuestra autoestima y nuestra capacidad de confiar en los demás.
Otro acto indispensable es el de no torturarnos y autosometernos cuando nos sentimos fuera de lugar o como impostores. Mirar en retrospectiva el camino que hemos hecho para llegar a donde estamos hoy y valorar cada logro (e incluso cada fracaso), porque somos, entre otras cosas, la suma de nuestros actos.
Volvamos por un momento a lo que menciona McKinney sobre este "súperpoder humano" y usémoslo a nuestro favor. Si somos tan eficientes en convencernos de que algo es cierto, incluso cuando no lo es, reencuadremos nuestro pensamiento. Solomon lo mencionaba en su charla TED también, en consonancia con un viejo dicho: "una mentira dicha cien veces se vuelve verdad". Repitamos en voz alta:
"Estoy en el lugar correcto, en el momento preciso, y todo cuanto viví me condujo hasta aquí"
No importa si no nos sentimos así. Importa que pensemos que es así. "Los sentimientos son los últimos en cambiar", dice Young. Y esto es clave, porque podemos moldear nuestro pensamiento.
Young también dice:
"La única diferencia entre quienes sufrimos este síndrome y quienes no, es que pensamos diferentes pensamientos"
Forzarnos a pensar como una persona no impostora ayuda a hacer más llevadero todo esto y, si nos detenemos a reflexionar por un momento, tiene sentido. Es como meditar, pero en vez de ir a nuestro "lugar feliz" para tratar de calmarnos, miramos todo el camino que hemos recorrido y nos permitimos reconocer el mérito de nuestros logros.
Creo que lo más revelador es esto: muchísimas personas se equivocan o tienen habilidades más desarrolladas que otras... ¡y está perfectamente bien! ¿Cuál es el problema si no tenés buena caligrafía? ¿O si no te sale diagramar conceptos? ¿O si te cuesta escribir informes?
Nadie nace sabiendo, y cada persona tiene sus habilidades, proficiencias y carencias. No podemos (ni tenemos por qué) ser eficientes en todo lo que hacemos.
Reconocer que está bien pedir ayuda cuando algo no sale como queremos abre un universo de posibilidades que quizá por tu cuenta no hubieses imaginado posible.
Y lo mejor de todo es que te da la chance de aprender. Y con un poco de trabajo (y no suerte), quizá, de ser un poco más feliz.
No hay una bala de plata o una receta mágica para salir de este síndrome. Cada persona tiene que encontrar su camino.
Ahora sabés que no es algo que te pasa a vos nomás. Y eso da esperanza, porque en conjunto, podemos compartir más diversidad de ideas y encontrarle la vuelta juntos.
Hoy te propongo dar el primer paso: reconocé tu esfuerzo. Celebrá tus logros, porque no son resultado del azar. Son el reflejo de quien sos. Y a tus errores también, que son las oportunidades donde más aprendizaje hay.
Y, si te animás, sólo por hoy, decí en voz alta:
"No soy un impostor. No soy un fraude. Estoy acá por mí."
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